Hace tiempo fui testigo de cómo una persona cercana a mi buscaba insistentemente la forma de evitar ser una de esas tantas almas que pasan sin pena ni gloria por este mundo, de demostrar que su nacimiento tenia un propósito, luchar por que su nombre no sólo fuera parte de un motón de empolvados documentos guardados en un cajón que nadie abre. Matrimonio, hijos, títulos, todo parecía metas tan comunes que lograrlas no sería mas que felicidad efímera, haciendo que su sed de sobresalir no pudiera ser saciada con facilidad.
Mientras mas avanzaba nuestra conversación, mas me imaginaba que se pondría de pie y gritaría al mundo: “¡Quiero demostrar que existo!… incluso después de morir”. Cierto es que todos somos olvidados tarde o temprano, y todo aquello que logramos se va con nosotros, incluso las memorias que compartimos con amigos y familia no son eternas.
No tengo la certeza de si logrará su cometido, lo que si se, es que aquella tarde sigue fresca en mis recuerdos aún después de tanto tiempo, y que me ha dejado una gran lección. Desde entonces, cada vez que escucho a alguien decirme cualquier palabra de aliento o de reproche son prueba de que existo, me dio cuenta de que no se necesita hacer nada extraordinario para sentirse vivo.
0 comentarios :: De naturaleza simple
Publicar un comentario